lunes, 24 de marzo de 2014

Entrenamientos de calidad

«La música ha de servir un propósito; ha de ser parte de alguna cosa más grande, una parte de la humanidad». 
Pau Casals
En esto del running, como en otros aspectos de la vida, se contraponen las nociones de calidad y cantidad. Un entrenamiento de calidad habitualmente está marcado por ser intenso, específico y corto en relación a la mayoría de los entrenamientos que se realizan. Se entiende que no se trata de que las otras sesiones que realizamos no sean necesarias o de peor calidad moral. La "tirada larga" también es un arte. No todo el mundo sabe el primer día sujetar sus propias riendas y mantenerse a ritmos más bajos de los que puede ir para retrasar la fatiga y correr mucho tiempo a baja intensidad, pero sin duda esos días entran en el terreno de la "cantidad".


Antes de ayer estuve en un concierto de la coral de un colegio. El concierto buenísimo y la muchachada actuó dignamente. Fue una grata sorpresa. Esperaba ver más voluntad que calidad tratándose del coro de un colegio que usa la música como medio para trabajar "valores". Un colegio caro de esos a los que los padres llevan a veces a sus vástagos para que adquieran esos valores que se echan de menos en ello mismos, porque el público, lamentablemente, no estaba a la altura de los interpretes y mostraban poco interés y respeto por la música. No se puede atravesar el coche en mitad de la calle para que los niños vayan a clase de educación vial. Hay valores que tienen que recibirse en casa y no hay educación de calidad que pueda competir con un mensaje contradictorio de los progenitores, del mismo modo que no se puede promover el deporte haciendo trampas.

La primera vez que me vi enfrentado al concepto de la "calidad" en el mundo empresarial fue en una breve pero intensa (en ese sentido si) experiencia como profesor de secundaria en un centro concertado de Ciudad Real. Después de salir de una agotadora clase de primero de bachiller en la que impartía la asignatura de Filosofía, el director del centro me contó que estaban inmersos en un proceso de certificación de la calidad de los procesos docentes del centro de enseñanza y que debía rellenar unos formularios cuando tuviese tiempo para ello.

Me resultó extraño el uso del concepto de calidad cuando habían juntado en un aula a dos grupos, de letras puras y mixtas, para la clase de filosofía que acababa de dar. Si alguien sabe lo que es impartir una clase a cuarenta y cinco adolescentes de primero de bachiller siendo el profesor sustituto podrá sentir mi estupefacción ante el uso del concepto. Estando como estaba impartiendo veintinueve horas lectivas de cuatro asignaturas a grupos desde la ESO hasta el segundo de Bachiller, con aulas masificadas con más de cuarenta alumnos en la mayoría de los casos... gracias al subterfugio que juntar en el mismo espacio a lo que eran formalmente grupos distintos... en fin, quien sabe de qué le hablo tendrá los pelos como escarpias, quien cree que los centros de enseñanza deben ser almacenes donde apilar un rato por la mañana a los adolescentes para que estén entretenidos, no, claro.

Calidad para mi significaba tener más profesores y menos alumnos en cada aula.

Por entonces no sabía que eso de la calidad lo inventaron los japoneses, que era un modelo de gestión del trabajo basado en la mejora continua y la orientación a la satisfacción del cliente. Los inventores tenían claro que el trabajo chapucero podía ser rentable a corto plazo, pero que la forma de sobrevivir a lo largo del tiempo, frente a crisis económicas y vaivenes del mercado, no podría ser buscar siempre el máximo beneficio al mínimo coste y en el menor plazo posible. Había que tener una estrategia sostenible donde estuviesen claras las prioridades, donde se fidelizara a la clientela, se motivase a los trabajadores, no se desperdiciasen recursos en procesos mal organizados y todo ello fuese transparente gracias a una eficaz gestión documental y descripción de los procesos que se desarrollaban en la producción de los bienes o servicios que se comercializaban y un cuadro organizativo ajustado a las necesidades de gestión. Al final la calidad obtendría una ventaja a largo plazo que marcaría la diferencia con la competencia, el prestigio y la eficiencia.

Un producto o un servicio producido en una empresa con un modelo de gestión de calidad atraía inversores, atraía clientes, ofrecía una ventaja frente a la competencia, así que había que apresurarse a certificar que existía esa gestión y los organismos "independientes" que auditaban los procesos de calidad debían estar más allá de cualquier sospecha. Por supuesto el proceso de auditoría resultaba caro, pero un sello de calidad de una de estas entidades valía la pena para situarse entre la élite empresarial. Bueno, para "demostrar" que se estaba.

Hay un paralelismo con el entrenamiento. El trabajo chapucero no es rentable a largo plazo.

Pero se me viene a la cabeza, antes de volver al entrenamiento de calidad, la polémica en la que me he metido en las redes sociales esta semana con algunos defensores a ultranza del honor patrio y partidarios de una conjura judeo-masónica-franchute que, por pura envidia (todo el mundo sabe que los franceses ansían en el fondo de su alma ser españoles, alemanes o ingleses, que les parece muy molón), tienen la culpa de todos los casos de dopaje y, también, supongo, de que la federación de atletismo, los políticos y los "periodistas" deportivos miren hacia otro lado, no sancionen, no denuncien y no persigan prácticas antideportivas y fraudulentas.

 Marta, Alberto o Juanito. Grandes éxitos de nuestra patria
para poder creernos mejor que los vecinos en algo.
Se me ocurre que el paralelo a la verdadera calidad en nuestro mundillo sería fomentar el deporte base, que empezase en los escolares, dándoles la posibilidad de practicar y conocer a todos y todas desde muy pequeños distintas especialidades, que las jóvenes promesas pudiesen llegar a la alta competición gracias a un sistema de becas justo y equilibrado y que los presupuestos del estado se dedicasen a crear deportistas e instalaciones y proporcionarles recursos. Que no se enfocase toda la dedicación a un puñado de unas pocas disciplinas. Que se persiguiese a los tramposos y se les diese un escarmiento público, no palmaditas en la espalda. Nada de conseguir medallas por el camino de hacer una nacionalización exprés, cada cuatro años, a un puñado de deportistas de otros países (lo de Juanito Müller fue quizá lo más sonado y bochornoso, pero no una excepción) o cebando los organismos con hormonas del crecimiento. Sobre todo comprender que "España" no es un deportista (ni una "marca", por cierto) ni "las olimpiadas" una especialidad deportiva. Los países no compiten, compiten los deportistas. Las competiciones entre naciones se hacen con misiles o con dólares y el tanteo se mide en cadáveres, con otras reglas de juego. El deporte es otra cosa. Cuando alguien desde una grada abuchea a alguien por su origen o por su color de piel pierde todo el sentido que se esté celebrando una competición deportiva y mete un poco de lo otro, de lo horrendo, de la guerra, del odio entre países y de la envida, de los complejos y de la ignorancia que se padece en el terreno de juego.

Hablamos de los "valores" del deporte sin concretar qué valores son y sin ser coherentes con lo que predicamos. Las medallas en una olimpiada no son, como no lo es una certificación de calidad, un objetivo en si mismas. Es el resultado visible de un trabajo que hay detrás. Conseguir un puñadín de medallas con trampas es como contratar a una auditoria para que te pongan un sello de calidad pagando en euros el "favor", y olvidarte de lo importante, que es la calidad en si misma, la vocación de mejora continua o la deportividad en nuestro caso.

Ganar con trampas no es ganar. No vale para nada.

El trabajo es la base del éxito y a las competiciones no se va a ganar medallas, se pasa a recogerlas. Eso también incluye las medallas de finisher de los populares. Hay quien considera que todo lo que no es hacer series y echar el bofe corriendo como si lo fuesen a prohibir mañana es "entrenamiento basura", pero cada kilómetro cuenta. Si se quiere que el cuerpo se adapte gradualmente y mejore su rendimiento deportivo es necesario mantener una proporción equilibrada entre días que toca ir a ritmos bajos, retrasar la aparición de la fatiga y enseñar al cuerpo a resistir, los días de "calidad" en que le exigimos que trabaje al límite de su capacidad para enseñarle que tiene esa y mucha más y otros muchos que no son de "relleno" ni "kilómetros basura", en los que va viendo realmente el progreso a lo largo de la temporada y van poco a poco colocando los cimientos de lo que se edificará encima.

Ni tener un sello Aenor o EFQM mejora una mierda la calidad de algo, ni los atajos valen en la vida. Ni el comprar medallas, ni el tomar "ayudas" para progresar, algo especialmente estúpido en deportistas populares pero relativamente frecuente. Pero quien no lo entiende es que no da de si para entender cosas elementales. Que no se puede hablar en un concierto, que no se pueden comer pipas en la biblioteca o inyectarse hormonas del crecimiento para ganar una carrera.

«El Espíritu Olímpico trata de crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, en el valor educativo del buen ejemplo y en el respeto universal de los principios éticos fundamentales.»  
Barón Pierre de Coubertin

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