jueves, 13 de febrero de 2014

Media Maratón de Fuencarral - El Pardo 2014



"Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor. Cuanto más elevado es el ser, más sufre... La vida del hombre no es más que una lucha por la existencia, con la certidumbre de resultar vencido. La vida es una cacería incesante, donde los seres, unas veces cazadores y otras cazados, se disputan las piltrafas de una horrible presa. Es una historia natural del dolor, que se resume así: querer sin motivo, sufrir siempre, luchar de continuo, y después morir... Y así sucesivamente por los siglos, de los siglos hasta que nuestro planeta se haga trizas." 
A. Shopenhauer.
A. Shopenhauer
No estoy de acuerdo con Shopenhauer. Siempre he desconfiado de los filósofos pesimistas.

No estaba muy seguro de si merecía la pena hacer una crónica de esta carrera. No porque la carrera sea mejor o peor que otras o porque no haya nada que contar. Que no tenga nada que contar nunca ha sido un problema para mi a la hora de aporrear el teclado. Es por no volver a contar lo mismo y por no hacer la típica crónica de 1. joer qué frío antes de salir 2. ya salí 3. corrí. joer qué frío hacía 4. sufrí un poco al final 5. llegué-joer que frío.

Y es que, al final, si solamente voy a contar que he corrido y que he tenido que apretar los dientes, no tengo nada que contar que no pudiesen contar o correr igual o mejor los más de 2600 que tomaron conmigo la salida.

Y sobre filosofía, igualmente, la lechuza de Minerva solamente levanta el vuelo al atardecer (die Eule der Minerva beginnt erst mit der einbrechenden Dämmerung ihren Flug), y hoy se ha escondido o quizá es que es demasiado temprano. Tengo mil temas filosóficos que recordar, pero ninguno parece cruzarse con los acontecimientos de mi vida en este instante. Salvo el tema shopenhaueriano acerca de la volundad de la cita inicial.

Son tres cosas, escribir, filosofar, correr, que no siempre salen sin esfuerzo, que no tienen por qué fluir con facilidad. Hay días que toca practicar lo que en Atenas la marinería llamaba la "segunda navegación". Cuando no sopla el viento, cuando te aproximas al puerto de atraque, hay que arriar las velas, sacar los remos y darle duro al brazo, sufriendo hasta llegar al destino. No todo es fácil, hay días que hay que sudar tinta, juntar pasos, re-flexionar en "segunda navegación", que decían los filósofos atenienses tomando el término marinero, y alguno, hasta al marinero en si mismo si ambos estaban de acuerdo en la mutua toma.

He leído hace poco a un escritor que todos los días se obligaba a escribir unos párrafos porque, al fin y al cabo, la novela más larga está compuesta por un conjunto finito de párrafos. Mamotretus escribió su tratado (si existió) letra a letra, sin procesador de texto, con tinta y pluma de ganso. Que juntando poco a poco cada paso se alcanza el objetivo lo sabemos bien los corredores de largas distancias. Una carrera es un montón de pasos, hay que ir sumándolos sin prisas. Y, sin prosas, sin escribir nada, a veces filosofar es seguir dando vueltas al tema en la cabeza, en círculos, en aporía (sin-paso), tropezando con el mismo obstáculo una y otra vez sin ser capaz de resolverlo, pero cada vuelta al problema, descartando soluciones fáciles y escapatorias preparadas para que salgan por ellas los cobardes intelectuales, limpiando el problema hasta dejarlo pelado y verte obligado a saltar por encima de él hasta que no quede más remedio que tomar otra perspectiva del asunto de estudio. La filosofía no es una tarea de "idea feliz", que se resuelve mediante un conjunto de brillantes inspiraciones intelectuales. Es un ejercicio para gente cabezona y persistente, cansina.

Así más o menos corrí el otro día la Media de Fuencarral, en "segunda navegación", apretando un poco los dientes, forzándome un poco como a escribir esta crónica. ¿Y por qué? ¿Quién nos obliga? Nadie, realmente. Esta es una de las partes que nos resultan más opacas de nuestro intelecto a los corredores. ¿Qué nos impulsa a salir a entrenar muchos días que no nos apetece, qué nos obliga a participar en una prueba un día de frío impenitente en que se estaría infinitamente mejor en la cama?

Cuando las sensaciones son fantásticas, cuando todo fluye,... como en el sueño que he tenido esta noche en que corría kilómetros de escaleras hacia arriba y luego hacia abajo sin ninguna sensación de esfuerzo... claro, correr en sueños mola mucho, no cansa las piernas. Cuando la zancada es elástica y el cuerpo está descansado y bien entrenado, lo que cuesta es dejar de salir correr, de entrenar, de tomar la salida en la carrera. Otras veces, muchas veces, como el domingo, unas sensaciones térmicas por debajo de cero grados, un viento helado que mordía las carnes y encogía el alma entre temblores, un horario absurdo (¿Una carrera a las nueve a comienzos de febrero?), la amenaza finalmente cumplida de lluvia, el cansancio de la semana... todo invitaba a quedarse en la cama, calentito, y que pasaran unas horas retozando y disfrutando de la grata sensación de no tener que ir a trabajar, tomar un buen desayuno tranquilamente en vez de andar penando por ahí. Esa es la sensación que vencemos. La de comodidad, la escapatoria fácil y agradable a corto plazo. Nos ponemos la ropa de correr y salimos al frío, o le arrancamos unas letras al teclado, o le damos otra vuelta al problema, a ver si encontramos la solución.

Todo el mundo sabe lo que tiene que hacer para aprobar, para sacar el trabajo adelante, para perder peso, para dejar de fumar, para cambiar su forma desastrosa de relacionarse con sus parejas o para acabar un maratón. Casi todo el mundo tiene la capacidad para hacerlo, pero, al final, no se trata de capacidad, sino de voluntad. La voluntad también la tiene todo el mundo, pero hay que ejercercitarla. Hay que tomar la salida y, también, mantener el ritmo después.

Distrito de Fuencarral
Seré breve en cualquier caso. Pues eso, tomamos la salida, sin muchas ganas quizá, salvo las ganas de entrar en calor y, claro, cinco kilómetros más adelante, en una prolongada cuesta abajo, eso al menos ya lo habíamos conseguido. Salimos a 5:30, es decir, que salimos a un ritmo al que cada kilómetro tardábamos en recorrer cinco minutos y medio.

Dicen que el ciclista Marco Pantani subía las cuestas como una moto porque, como no le gustaban, quería acabar lo antes posible con ellas. A mi me gustan las cuestas, pero tenía ganas de acabar porque no había tenido ganas al empezar, así que a cinco minutos por kilómetro, me lancé hacia delante.

Recordando lo dicho recientemente por aquí sobre la mirada del tigre, decidí hacerme un Pantani y apretar para acabar lo antes posible. Me puse la música y empecé a adelantar gente desde el kilómetro cinco al diecinueve, en el que terminé de vaciarme las piernas y solamente pude mantener el ritmo hasta llegar. Aún a 500 metros de la llegada se me rompió el dorsal con la humedad del aguanieve que caía y entré en meta sujetándolo de esta guisa:


Y luego, lo dicho, más frío, chaparrón y a volver a casa a tomar una larga ducha caliente, una buena comida y una siesta reconstituyente.

Y al final, disfruté de la carrera y de las sensaciones, a pesar de todo.

Siempre se pueden echar ganas y ponerse a ello. Cuando no apetece al principio, también.
"Así pues debemos abrir puertas y ventanas a la alegría, siempre que se presente, porque nunca llega a destiempo, en vez de vacilar en admitirla, como a menudo hacemos, queriendo primero darnos cuenta de si tenemos motivos para estar contentos por todos conceptos". 
Ibidem.




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