lunes, 3 de febrero de 2014

Lo que mata es la humedad

«Aus der Kriegsschule des Lebens. – Was mich nicht umbringt, macht mich stärker.»
(De la escuela de la Guerra de la vida - Lo que no me mata, me hace más fuerte)
F. Nietzsche
Relataban en una entrevista los amigos de Corriendo por el Campo (ver aquí, es fascinante), que tienen que aclimatar al frío para saber enfrentarse a los Alpes este verano. No van descaminados, salvo en mi tallaje original, que ahí exageran un poco bastante y que se movía en los 120 Kg. y la talla XXL, no más allá. Lo que viene siendo "obesidad grado I" y no "Mórbida", aunque en un par de años, si no me hubiese dejado seco un infarto, hubiera alcanzado ese estado catastrófico al ritmo que llevaba.

Sobre aclimatación al frío, mi primera carrera de montaña. Verano de 2007.

Vientos de ochenta kilómetros por hora, está jarreando y ya  lleva lloviendo desde ayer, ablandando y embarrando el terreno. Hay sensaciones térmicas bajo cero al llegar al Alto de Guarramillas durante el Maratón Alpino Madrileño. La "brisa cabrona de la Cuerda" que los guadarramistas ya conocemos, hace estragos entre los corredores en pleno verano y los sanitarios atienden varios casos de hipotermia. El viento es muy peligroso. Aunque se llame "sensación" térmica, es una magnitud que mide una propiedad física objetiva, la velocidad a la que el cuerpo pierde temperatura en función de variables como la humedad, velocidad del viento, altitud y, claro, lo que marca el termómetro. En este caso poca cosa para el mes en el que nos hayamos.

En el ascenso hacia Boda del Mundo hemos tenido que cruzar unos arroyuelos que, por la fecha que es, deberíamos poder salvar con una zancada o quizá saltando de piedra en priedra. Los arroyuelos se han transformado en generosos torrentes, aguas crecidas y caudales vigoréxicos como se hipertrofian los músculos de la muchachada de un gimnasio de barrio choni cuando se acerca la temporada de piscina. Nada de saltar de piedra en piedra. A los diez minutos de carrera hay que meter los pies, hasta las rodillas, en el agua fresca.

Avituallamiento en el MAM 2007
Mojados por fuera y secos por dentro, Llegamos a los avituallamientos y vaciamos en nuestras gargantas varios vasos de líquido, agua y bebida isotónica, ante la mirada de incomprensión de los ateridos voluntarios, que están empezando a aborrecer el H2O y preguntan con extrañamiento en el tono de voz -¡Pero...! ¿Cómo podéis tener sed?

Correr bajo el agua no es tan problemático y llevar los pies mojados desde el principio del recorrido tampoco. No pasa nada, los pinreles no tendrán oportunidad de secarse lo que queda de carrera. Cuando me quito las zapatillas muchas horas después esperando encontrarme un destrozo, me encuentro unos pieses arrugaillos pero sin resto alguno de ampollas ni rozaduras. No están ni tan siquiera sucios, como suelen estarlo tras un maratón, con roña tatuada que obliga al doloroso ejercicio de agacharse a frotarles bien en la ducha, cuando lo último que te apetece en el mundo es doblar las rodillas o hacer ejercicios de equilibrio sobre una sola pierna. Eso cuando no tratas de limpiar lo que no es más que un hematoma bajo la piel o en la uña del dedo gordo, con salvaje concentración hasta comprobar la futilidad del ejercicio.

Los cimientos de la concatedral de Logroño, hechos con sarmientos de vid, es decir, de madera, como no podría ser de otra manera en la región del tintorro por antonomasia, están sumergidos desde hace siglos bajo las aguas subterraneas de la zona pantanosa que pertenecen al caudal del cercano río Ebro, el que los peregrinos a Santiago cruzan desde la Edad Media sin descanso. Lo que mata es la humedad, la poca agua, porque el agua corriente... no mata a la gente, siguiendo con la sabiduría popular, ni pudre la madera.

Empapado y aterido por Pontevedra
Y, como dice un dicho iranio, en el que se resume lo que quiero expresar, al hombre que está empapado no le asusta la lluvia. Eso también sirve de metáfora para ir remontando por la vida. Para otras cosillas del vivir.

La cuestión es que con los madrugones para entrenar que se meten estos chicos y las tiradas que están haciendo, no necesitan mucho más. De hecho quizá necesiten algo menos, porque están embrutesíos.

Añadir al material obligatorio una buena camiseta térmica, de las que incluso mojadas conservan el calor del cuerpo, comer bien (¡cómo si eso hubiese que recordárselo!), mantenerse siempre en movimiento, lo que implica salir de los avituallamientos arramplando vituallas para no pararse e ir ensilando por el camino un rato después del punto de control y, sobre todo, hacerse a la idea de que, una vez mojados, no hay que temer a la lluvia, solamente hay que generar calor por dentro para contrarrestar el que ella nos arranca. Las sensaciones desagradables... contabilizarlas, observarlas, separarse de ellas como hacemos con un dolor de pies cuando llevamos ochenta kilómetros de cuestas arriba y abajo.

Siempre acaba escampando. Siempre, también remontando por la vida.

Siempre acabará saliendo el sol, y te pillará más fuerte que antes y con más capacidad para disfrutar de su calor.



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