viernes, 22 de marzo de 2013

Cuestabajo

Existe un tipo de carreras en las que cuando tomas la salida sabes que vas a llegar a meta. Lo harás más o menos bien pero te recuperarás en pocas horas y no sufrirás especialmente. Lo sabes antes de empezarlas. Entran dentro de la rutina, casi como cualquier otro entrenamiento.


Siempre puede ocurrir un accidente, una caída, un imprevisto, pero partiendo del entrenamiento y de la experiencia anterior hay un ritmo al que sabes que puedes hacerlo sin mayores problemas si no pasa nada raro (un pezón sangrante, un tropezón lesionante...). Por supuesto la distancia y el ritmo varían de una persona a otra. Para unas será trotar cinco mil metros en la cola del pelotón y para otras bajar de tres horas en la distancia mítica de los 42 kilómetros. Con el tiempo también cada persona es capaz de afrontar con comodidad lo que antes le parecía un insufrible ritual de paso digno de un adolescente masai de antaño en la caza de su primer león. Cuando haces carreras de 100  kilómetros "fáciles" para prepararte retos más duros y calculas con media hora los tiempos de paso y llegada a meta, miras hacia atrás y te sorprendes de que en aquella tu primera carrera de más de 10 Km. te asaltaran tantas dudas.

Pero hay otro tipo de días.

Son aquellos en los que te enfrentas a un entrenamiento o a una competición que están en el límite de tus fuerzas, que no sabes antes de empezar si vas a poder acabar, que son un desafío para tu cuerpo y, sobre todo, para tus pensamientos negativos y derrotistas, en los que vas a competir contigo mismo para acabarlas y que, de hecho, a veces no eres capaz de terminar. Donde sabes que tu cabeza te va a tratar de engañar en algún momento con dulces cantos de sirena de una retirada digna, una ducha caliente, una cama cómoda, una comida deliciosa, la cálida compañía de otros seres humanos.

Normalmente cuando alguien sin entrenamiento dice "no puedo más", es el momento en que puede hacer el doble de lo que ya lleva recorrido. En el caso de un ultratrailer puede hacer cuatro o cinco veces la distancia a la que le ha sobrevenido la sensación de extenuación, algo desconcertante para quien solo conoce el "muro" del kilómetro 30 del maratón, el famoso "tío del mazo" que te derriba de un golpe físico sin que te lo esperes y que convierte en una tortura para cuerpo y alma los 12.000 metros restantes.

En estas carreras puedes pasar sueño, frío, calor, dolores, desorientación, hambre y sed, cabreo, extenuación, aburrimiento, cansancio, miedo y dolor en distintos momentos y proporciones dependiendo del corredor y de la carrera. Por supuesto también tienen sus momentos geniales, por eso enganchan como una droga, como un veneno que te entra en el cuerpo y que no puedes sacar.

Cuando es una distancia o desnivel que nunca has enfrentado tienes la duda de si llegarás. En teoría esa duda debería mantenerse hasta el final de la carrera, porque hasta que no entras en meta no puedes estar seguro de que lo que te queda por delante no te va a superar. Cuando cada metro es un metro más de lo que nunca hayas corrido, cada paso podría ser el último que tu cuerpo tiene la capacidad de dar.

El truco mental es no pensar en la meta. Ir pasando controles de uno en uno, pensando solamente en el siguiente tramo que tienes por delante sin plantearte lo que te queda hasta acabar. Si en el Gran Trail de Peñalara te pusieses a pensar en lo que te queda al llegar a Canto Cochino en el kilómetro 18, allí te retirarías presa del desaliento, pero solamente piensas en el siguiente tramo, no en dónde vas a estar 80  o 90 kilómetros más adelante, al día siguiente, después de una noche "dándole duro" a tu segundo ejercicio favorito.

Es un buen truco. Sencillo. Sirve para las carreras de ultrarresistencia y para la vida en general. Cuando uno está atravesando un bache tiene que preocuparse, más que de estar bien, de avanzar en la dirección correcta, de estar simplemente mejor o mejorando. Confiar en que se tiene la fuerza necesaria. Dar otro paso adelante sin preocuparse de lo que queda para llegar. De esa manera los kilómetros se van quedando atrás y se cruza el arco de meta sin darse cuenta. Mientras vas pensando en avanzar y no en llegar se acaba el recorrido y se concluye la gesta personal, que por otro lado no tiene mayor mérito ni heroicidad.

Si por el contrario pones la mente en el final del camino, si cuentas los pasos que te quedan, cada uno de ellos será un sufrimiento. Como cuando te resistes a irte de donde debes marcharte y sientes como unas arpías te arrancan la carne a pedazos precisamente porque no te quieres ir, pero que si aceptas que no estás en el lugar adecuado y sigues camino, se convierten en mensajeros de los dioses que te guían hasta tu nuevo destino. Ojo, sobre todo en el sentido metafórico de aplicar el isomorfismo del ultratrail a la vida, no sirve sentarse a esperar que el Karma decida entregarte la llave de la felicidad y te resuelva tus problemas y culpas. El discurso "las casualidades no existen", "todo sucede por algo" es como avanzar sin mirar las marcas del camino. Te perderás, acabarás en un discurso fatalista de que todo lo que sucede tiene que suceder. Hay que moverse, hay que luchar por que quede menos y por no extraviarse, hay que analizar, razonar, decidir (con la cabeza) y actuar (con el corazón), salir de la "autoculpable minoría de edad" en la que tanta gente vive entregándose a una interpretación mágica de su vida y su entorno. Toca correr un poco, aunque duelan las piernas. Una hora más corriendo es una hora menos de sufrimiento andando y a estas alturas duele lo mismo una cosa que otra. A igual dolor, si el cuerpo puede aguantarlo, es mejor tardar menos en acabar.

Hay que buscar compañía enriquecedora, que te haga crecer. Un grupo del que entiendas por qué y para qué se reúne  Si empiezas a caminar junto a gente que te usa como un instrumento y no como un fin en ti mismo, esa gente que manipula, que compite sin deportividad, que no le importa dañar a su alrededor porque tienen la capacidad de racionalizar el daño que hagan o de restar valor a tu carrera, a lo que sientes, debes abandonar esa compañía e ir solo, pero si encuentras un grupo o a una persona en la que apoyarte y a quien apoyar, en el que ir dando el relevo y conversación, la noche pasará sin enterarte, con alegría y con la seguridad de que la recordarás por muchos años. ¿Eres capaz de reconocer la mala compañía? ¿Eres capaz de ver cual es tu equipo? El ultra puede ser un deporte de equipo, en el que salgas por el arco sin saber con quien vas a jugar "la partida"  y a lo largo del día y con el pasar de las horas lo vayas encontrando. Esos son los mejores equipos, los que surgen de una noche en blanco corriendo por un bosque en la montaña después de horas y más horas de sufrimiento diurno.

Hay un punto de no retorno en el que, sin embargo, si no media una lesión, ya estás seguro de que vas a llegar a tu destino. No piensas en lo que te queda, pero sabes que ahí esta el final. Lo anticipas, lo percibes. No importa la distancia, ni el tiempo que vas a tardar o el desnivel que falta por salvar, sabes que solamente tienes que dejarte llevar, seguir adelante. Como todo en esta vida, hay momentos en que se adivina, aunque no quieras pensar en ello, que todo va a ir bien. No es que todo esté bien, no es que estés bien (solo estás mejor), no sabes lo que te queda, pero... Hay un momento en que, subas o bajes, sientes que vas cuesta abajo, que puedes con lo que queda, que al negro invierno le está sucediendo inexorablemente la primavera.

Ya huele a meta.





lunes, 18 de marzo de 2013

Haciendo poesía con las piernas

Para definir una palabra empleamos otras palabras. Podríamos hacer gestos, ruidos, señalar a las cosas, pero no lo hacemos. Para contar qué quieren decir todas y cada una de las palabras de un lenguaje, empleamos una "explicación", es decir, un montón de sonidos puestos en fila, dichos o escritos, dichos a otra persona o para nuestros pensamientos. A veces, siempre de forma incompleta, las ordenamos, las palabras, arbitrariamente dentro de un diccionario.

Unas palabras explicadas por otras palabras, cada una de las cuales también está definida por otras. Las palabras de un lenguaje se conectan, metafóricamente hablando, formando una red, a través de su uso y fuera de los diccionarios, en ese lugar donde ocurren los hechos, donde habitan las cosas, el mundo, el mundo que percibimos a través de nuestros sentidos. El lenguaje forma una especie de tela de araña. Una red que algunas personas sienten que cae sobre ellas, que les atrapa y les limita, que les impide decir lo que sienten, y otros la viven como la red de un trapecista. Un sitio sobre el que es posible caminar e ir desde un sitio hasta otro, que permite hacer cualquier cosa. Las palabras no limitan el decir lo que se piensa. Al contrario, permite entender tu propio pensamiento al decirlo, en público o solamente hablando para uno mismo. Sin palabras que ponerle, un pensamiento no existe.

Decir algo, contarlo, es hacer un recorrido sobre esa red de palabras. No hay dos recorridos idénticos. La misma idea puede ser contada de distintas maneras. Se puede ir de un sitio a otro por muchos lugares. El impulso de trasladar lo que alguien tiene en el pensamiento hasta el pensamiento de otro ser humano, saltando de una persona a otra usando palabras como un impulso nervioso pasa de una neurona a otra cruzando el abismo entre ambas empleando un neurotransmisor químico, requiere que las palabras se ordenen como un recorrido caminando (o corriendo) sobre nuestra red de trapecista. El increíble hecho de poder hablar, de transmitir la información, de expresar los sentimientos, es un recorrido de los pensamientos desde unas personas a otras por un sendero hecho de palabras, saltando el abismo entre ambas.

Los significados en un lenguaje, por supuesto, no son definidos por los lexicógrafos, las personas que escriben diccionarios y que se limitan a recoger lo que ya está dado, sino por el uso que hace de las palabras y de los conjuntos de palabras una comunidad de hablantes, unos caminantes y corredores que comparten una red de caminos del habla.



Hay una forma peculiar de contar algo, no en linea recta, sino serpenteando y dando vueltas para ir de un sitio a otro. Saltando, fintando, dejándose caer y haciendo un recorrido sobre ese tapiz de interconexiones que son un lenguaje. Haciendo trail en vez de correr sobre la pista de atletismo. Bajando por un canchal buscando dónde apoyar un pie mientras te impulsas con el otro, mirando diez metros por delante mientras avanzas a toda velocidad, relajado, bailando, cambiando de ritmo. Los buenos corredores de montaña bajan así por lugares imposibles, como si estuviesen bailando el ritmo más fácil. Las personas hábiles con las palabras también se permiten hacer poesía, contar algo haciendo un recorrido, no en linea recta, sino zizagueando, brincando con elegancia y suavidad de una palabra en otra, rimando o no, según les pida su espíritu, según prefieran.

Correr sobre asfalto es como hacer prosa. Se emplea la mayor economía biomecánica, se va por el camino más corto entre dos puntos. La claridad, la sencillez en el gesto técnico es el mejor aliado. Repetir una vez y otra el mismo movimiento y apartar el foco del pensamiento de las piernas y fijarlo en cualquier otra cosa. Automatizar el correr hasta el punto de avanzar pendiente de todo lo demás.

Pero dejarse caer por una trailera, por una reguera, por un canchal... concentrado en cada paso, focalizando la atención en la caída sin pensar en nada más (qué bendición a veces)...  Inclinar el cuerpo hacia delante, asomarse al abismo y dejarse arrastrar por la gravedad, contrarrestándola mínimamente apoyando en esta o en aquella piedra, no en cualquiera, pero de forma intuitiva. Sin que haya tiempo de analizar cual debe ser el siguiente paso, simplemente haciéndolo. Eso es como bailar, como hacer poesía con las piernas. Es lo más divertido, en segundo lugar, después de lo más divertido. La segunda mejor cosa que se puede hacer con el cuerpo para ser feliz.

No me engaño, no soy buen corredor ni sobre asfalto ni bajando por zonas técnicas, ni bueno haciendo prosa y menos poesía, pero qué placer, que gozada cuando de vez en cuando me permito, bien o mal, escribir asfalto o correr poesía...