miércoles, 17 de julio de 2013

Canciones de hielos y fuegos


Decía Sartre que "no hay fenómenos psíquicos que hayan de unirse a un cuerpo; no hay nada detrás del cuerpo, sino que el cuerpo es íntegramente psíquico". No se puede separar lo corporal de lo mental. Todo objeto de conciencia, cualquier juicio que hacemos, todo acto de pensamiento, toda sensación que llega a través de nuestros nervios, es "mental", no puede ser otra cosa.




Mediados de julio, salgo a correr a las tres de la tarde, 39º a la sombra y el asfalto desprende fuego. Con sensación de ahogo. Mi cuerpo, ese fenómeno psíquico de mi conciencia, está congestionado de calor. Noto las mejillas enrojecidas por el bochorno, "abochornadas", no del triste espectáculo de la gente que aprovecha las altas temperaturas para abandonarse de todo cuidado estético (pudiera ser como un acto de vergüenza ajena) sino tratando de mantener mis órganos internos en los límites de un mamífero vivo. El accidente inhiere en la substancia. Cada vez que paro en un semáforo noto como despido calor por la cabeza como si fuese un radiador. En realidad, literalmente, soy un radiador en el sentido etimológico, en el sentido original de la palabra del que se ha apoderado el electrodoméstico.





Aún tenemos en las retinas el duro invierno. Ha sido un largo y duro invierno esta vez. Aún está la imagen grabada bajando por la Fuenfría saltando por la Senda Borbónica (mal llamada a menudo Calzada Romana, que es otra) sobre la nieve que, a los lados del camino, y por no estar pisada, ofrecía más seguridad y menos riesgo de resbalón. Subir impulsándome de puntillas casi a menos de cero grados, pero sudando la camiseta de tirantes y los pantalones cortos, cuesta arriba, atrayendo la asombrada mirada de gente con más equipación de lo que su limitada afición a la montaña requeriría, mientras el cortavientos espera en la mochila el momento de la parada en el collado.





Corriendo ahora con el calor seco de la Meseta, reconcentrado el fuego por el asfalto de la ciudad de Madrid que lleva todo el día recibiendo y acumulando energía en los días de las canículas. El aire que no circula entre los edificios podría, pero no lo hace, redistribuir la temperatura, arrancar unos grados de un sitio para calentar otro y en el proceso, bajo las indestructibles leyes de la termodinámica, hacer que no siga subiendo incansablemente el termómetro de un punto concreto hasta el infinito y más allá. Tubos de escape, chorros de aire viciado y caliente que sale de los equipos acondicionadores de los comercios, calles anchas y soleadas en las que no hay una sombra en la que refugiarse y, en la memoria, mientras, cae el aguanieve y rugen las ventiscas, los vientos helados en las cumbres de Guadarrama que te pueden arrancar la energía en un minuto. Los -15º al llegar corriendo al Refuge de la Croix du Bonhomme por la noche, durante el UTMB, con miles de ateridos runners de todo el planeta con todo lo que tenían (material obligatorio y más) puesto encima. El recuerdo de correr por la Carretera de la República y pisar un charco helado bajo la nieve que dejaba los dedos de los pies insensibles... quizá en marzo. Una última nevada en la Barranca a mitad de mayo cuando ya nadie se lo esperaba. La siempre sorprendente carrera del Alto Sil, entre barro congelado, charcos de hielo, montoneras de nieve y vadeando agua helada hasta los muslos y más.





Fuego y hielo, como los libros y la serie de moda, y a mi alrededor. Las temperaturas que marcan las relaciones humanas a menudo. El calor de la pasión, del amor o del odio. El hielo que se forma como una coraza con la distancia para protegernos del daño y enfriar nuestra pasión. A veces hielo por fuera y fuego por dentro, nunca al contrario. De todas maneras, si nos empecinamos en enfriarla, el hielo apagará cualquier hoguera con el tiempo.


La aclimatación y la prudencia permiten movernos en extremos de temperatura enormes. Desde el North Pole Marathon hasta la Badwater, siempre que cuidemos detalles como la ropa, gafas, gorros y gorras para la cabeza, para protegerse del sol o evitar que escape el calor, la correcta hidratación y alimentación (un buen desayuno es un gran abrigo horas después), sales y azúcares para reponer pérdidas producidas por los sudores o arrojar combustible a los hornos de oxidación del interior de nuestras células. Al final se trata de librarse del fuego que nos abrasa o de romper el hielo que nos impide avanzar. Ser capaces de mantener la temperatura correcta elevando o bajando la temperatura como animales homeotermos, como los mamíferos, aves y, probablemente, los dinosaurios. Ser capaces de entibiar una relación fría o de refrescar una que se ha calentado demasiado.


Hay a quien se le da mejor o peor, quien se mueve mejor ante los extremos y quienes tienen mayores dificultades de regulación. A mi sin duda se me dan bien los cambios de temperatura extrema y no me suelen conducir al desastre.

Cuando estoy corriendo.

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