lunes, 24 de junio de 2013

La Gran Remontada



No sé si esto es una confesión o un intento de explicación, de dotación de sentido, del resto de las entradas de este blog.

En cualquier caso, como persona que ha sido obesa no quiero que se entienda mal mi historia. No se trata de castigar al hombre gordo que fui. No se trata de plantear que estaba mal mi aspecto y ahora, gracias a lo que sea, me ido por el buen camino.

Han sido mil cosas las que he ganado al adelgazar, incluida una imagen de mi mismo que me gusta más, pero no quisiera invitar a nadie a que le sirva de ejemplo, a que piense que hay que mejorar el aspecto para ser feliz y que el camino es la dieta y el deporte desaforado. Yo corro solamente porque me divierte. Corro porque es algo que me hace feliz y, cuando tengo problemas, me sirve de ansiolítico barato y sin efectos secundarios. Corro, como decía una amiga, porque puedo, porque quiero, nada más.

Os voy a contar, en lo deportivo y lo relativo a mi salud, mi última década:

2003, al borde de la catástrofe:

- 3 paquetes de tabaco al día.
- Consumo moderado de bebidas espirituosas.
- Consumo inmoderado de bocadillos de panceta y otras delicias similares.
- Entorno a 110 Kg. repartidos en poco más de 177 centímetros de estatura. Poco músculo, salvo el imprescindible para sostener tanto peso.
- Índice de masa corporal... 35,11. Obesidad grado II.
- Capacidad pulmonar entorno al 75%

El camino de la vida me conduce inexorablemente hacia la enfermedad coronaria, la enfermedad pulmonar oclusiva crónica y... la enfermedad en general. Quizá a todas estas enfermedades habría que añadir las alteraciones de la conducta alimentaria y los problemas psicológicos derivados de la disociación de la realidad (como soy y como creo que soy), de la alteración del autoesquema corporal y la autoimagen de uno mismo, pero nos centramos muchas veces en lo urgente (que el sobrepeso nos puede matar) y nos olvidamos de importante (la infelicidad de tratar de vivir en una sociedad que no admite a los gordos y los castiga por serlo). En definitiva, un asunto importante, de vida y muerte. De morir si no te cuidas, de vivir sin complejos ni sometiéndose a la tiranía de la mirada ajena.

He ido ganando, desde los 20 a lo 30 años, peso poco a poco y, a veces, a saltos. Pero es obvio que estoy tocando techo. Lo noto en las miradas de algunas personas. Lo noto cuando subo escaleras, cuando ando por el monte y me cuesta seguir a la gente. Cuando estoy 10 minutos sin encender un cigarro y busco la manera de poder fumar uno, ocupando en mi mente todo el espacio disponible y sin dejar sitio para nada más. Mi vida, aún no lo sé, gira y se organiza entorno a la necesidad de consumir nicotina.

Duermo mal, ando mal, me miro mal en el espejo.

Estoy embarcado como proyecto vital en ser profesor de secundaria (proyecto que fracasará con el tiempo) pero, claro, un fumador compulsivo como yo no puede encerrarse durante horas en un instituto de bachillerato sin fumar. No a explicar los misterios del pensamiento filosófico occidental a un grupo de adolescentes con el lóbulo frontal aún a medio cocer. No con la ansiedad que genera estar con síndrome de abstinencia. Toca dejar el tabaco... y engordar más aún...

2004, tocando fondo:

Dejé el tabaco. 6 meses de infierno para mi y seguramente para mi entorno. Ansiedad, nervios, comer más... me pongo al punto de la explosión.



El resultado, una cantidad indeterminada de kilos más en la cintura, en los muslos, en la inconfundible papada.

El último cigarro de mi vida lo he fumado el 9 agosto de 2004, por la noche, antes de irme a la cama. Desde aquel no ha vuelto a haber otro hasta el día de hoy, 24 de junio de 2013, San Juan. Ni una calada, pero entonces engordé hasta el punto de temer por mi vida por el síndrome de abstinencia del tabaco.

2005, San Silvestre de Getafe:

En general no bebo mucho, pero ahora tocaba, para que no entrasen ganas de fumar y no seguir engordando, dejar la cerveza radicalmente y pasarme a la Coca-cola Light. Los próximos diez años haré un consumo más bien anecdótico de alcohol (más o menos, en toda la década, lo que otros en un fin de semana, sin exagerar). Algunos años ni tan siquiera una clara de cerveza.

Hago un poco de monte de vez en cuando, pero voy asfixiado siguiendo al grupo. No por mis pulmones, que mejoran rápidamente, pero me he puesto inmenso.



Toca ponerse en manos de mi nutricionista. En este caso mi hermana (qué suerte). Repaso de hábitos nutricionales y ajuste. Reducir calorías, sustituir unos alimentos por otros, eliminar algunas cosas, pocas.

Pierdo en 6 meses unos 25 kilos y, como tengo ganas de comer un poco más, empiezo a hacer deporte. Un poquito. Decido en septiembre correr la San Silvestre de Getafe, el 31 de diciembre.

Dia 1. Corro 5 minutos en llano, me sofoco, ando otros 5, corro otros 5, ando de nuevo y otros 5 minutos camino de casa. Uf. ¡Qué horror! ¿Hay alguien que se pueda divertir haciendo esto? ¿Qué no lo haga porque está a dieta? No me lo creo. Es un ejercicio aburrido, doloroso, sucio... lo de correr no le puede gustar a nadie.

3 Meses después: ¡Siii! lo he logrado! he acabado la San Silvestre. ¿Cuándo es la próxima? ¿Nos animamos con una media maratón? Uy, no, que eso son 21 kilómetros. ¡Qué barbaridad! No creo que nunca pueda correr esa distancia...

La ropa me queda un poco grande... he pasado de una talla de pantalón 54 a una 46. Necesito un nuevo ropero, y unas zapatillas buenas para entrenar el nuevo año...


No sé como ha sido, pero me he enviciado con esto del running.

2006, Maratón Popular de Madrid:

Año nuevo, vida nueva.

El paro es malo para muchas cosas, pero para entrenar puede ir muy bien. Me lanzo a correr un par de medios maratones, me lanzo a correr... el Maratón, la distancia mítica, la que marca la diferencia, los 42.195 metros que sirven de ritual de paso.

Acabo, incrédulo, mi primer maratón en abril de 2006.


Ya soy maratoniano, estoy en la minoría de locos que corren por las calles, y en el de los que han pasado a la distancia que marca el desafío, la del mito que pone a Filípides atravesando los 42 kilómetros que separan la llanura de Maratón de Atenas para caer muerto. La carrera de la distancia que mata y que, sin duda, a partir de las tres horas necesita de algo más que de entrenamiento para acabarse. Una distancia que pone a prueba más tu mente que tus piernas, siempre que lleves a estas bien entrenadas, claro, no se puede acabar un maratón solamente a base de coraje.

2007, Maratón Alpino Madrileño:

Objetivo, acabar el maratón de Valencia en menos de 4 horas.

Es la primera carrera que no consigo acabar. Me retiro en el kilómetro 25 con un pezón sangrando como un estigma de un cuadro de El Greco. Descubro que soy de pezón débil.

Cambio de objetivo: Maratón de Madrid. Lo acabo mal, de hecho hago un tramo andando... algo que se repetirá a partir de ahora en todas las ediciones a las que asista (2008, ...09, ...10, ..11...) menos la última, 2013, dónde consigo quedar de nuevo satisfecho en esta frustrante carrera (ya llegaremos a abril de 2013, vamos remontando).

Cambio de objetivo: El año pasado estuvimos de voluntarios en el Maratón Alpino Madrileño, "el maratón más duro del mundo", una carrera de 44 kilómetros por zonas técnicas de la sierra de Madrid, con 2.500 metros de desnivel positivo acumulado. Quedamos fascinados. Algún día queríamos hacer lo mismo que esa gente... bueno, ¿por qué no?

Frío, viento casi huracanado 80 Km./h. en Bola del Mundo, hipotermias, agua, 70 l./m durante la carrera.



Recortan el recorrido por el evidente riesgo para los corredores en el paso de la Cresta de Claveles en Peñalara. Sensaciones que me acompañarán en muchas carreras de "¿dónde coño me he metido?" y de "esta vez has mordido más de lo que podías tragar, amigo". Pero... cuando llego a Cotos, con intención de retirarme, José Ramón está allí animando. Me hidrato, como medio plátano, y tiro por la Loma del Noruego. Acabo la carrera. ¿Ehhhh....?

Me ha entrado el veneno en el cuerpo. Quizá hubiese sido mejor que me estrenara con una carrera "menor" o que no consiguiera haber acabado el MAM, pero... ahora ya no hay vuelta atrás. Soy un corredor de montaña.

2008, Circuito Alpino:

A partir de ahora me centraré en la montaña. también correré también sobre asfalto (me gusta, ¡qué pasa!), pero es en la montaña donde pondré mi corazón.

Acabo diez minutos fuera de tiempo el Alpino, que lo han endurecido recuperando el tubo de Cabezas de Hierro. Un lugar que no se olvida nunca. Me dan como finisher de cara al Circuito Alpino... una copa de maratones de montaña.

Este año caerán cuatro maratones. Uno de asfalto y tres de montaña. Me adentro en el mundo "friki" de los corredores de montaña. Aún a distancias inconmensurables de los grandes mitos que leo en los foros de elatleta y que hablan de carreras de cientos de kilómetros como si eso fuese lo más normal.

Completo el Circuito Alpino junto a un puñado de descerebrados añadiendo el Maratón de montaña de Galicia, el Penedós do Lobo y el de Málaga, el Jarapalos. Esto empieza a ser un vicio.

El de Málaga y el de Orense son maratones más amables que el de Madrid, con tiempos de paso más cómodos para los que vamos cerrando filas en estas carreras. Se disfruta más durante y, sobre todo, al final.

2009, engordando one more time:

Resumiendo: Mapoma, Galarleiz, por el País Vasco, el maratón de montaña más antiguo de España... perdón, del Estado Español. Penedós do lobo y Jarapalos.

Un año "tranquilo", similar al anterior. He ido subiendo de peso hasta llegar a los 95 kilos, muchos de ellos de músculo, porque ando en la talla 48... apretada. Es hora de volver a perder peso poco a poco.




2010, la ultradistancia:

En 2010 empiezo a perder peso, muy poco a poco, a aumentar los entrenamientos y a bajar marcas.

El Mástil Metal Running surge poco a poco como un proyecto para agrupar a los amigos y encontrar siempre a alguien con quien entrenar y apuntarse a una carrera... proyecto aún inconcluso, pero no del todo fracasado. Una cosa... así, como siempre a medias.



Raúl y yo nos embarcamos en una carrera de 65 kilómetros y 3000 metros de desnivel positivo. La Marató i Mitja de Castelló.

Para nuestra sorpresa, la cabamos en mejores condiciones que muchos maratones y, después de salir a cenar, al día siguiente unos estiramientos y como rosas. Increible.

También intentamos el Gran Trail de Peñalara, pero mordemos más de lo que podemos tragar. No es una carrera de "un punto" como la MiM, sino de "tres puntos" (son los puntos clalificatorios para correr el Ultra Trail del Mont Blanc, la carrera de montaña más prestigiosa del mundillo del Ultra Trail).

Nos retiramos vencidos por la distancia y con una espinita y, al cabo de pocas semanas, al menos yo, con más dedos que uñas.



2011, Gran Trail Peñalara:

Un año después volvemos a la carga, esta vez para conseguir, tras 28 horas y 40 minutos, acabar el GTP. Este año ha sido dura, el calor ha hecho estragos y ha provocado muchos abandonos, pero lo he conseguido. Como aquel sobresaliente en Lógica en primero de carrera, con el hueso de la faculdad, ya nunca más pensaré que no puedo. A lo mejor no estoy preparado, no me apetece, no sé... pero puedo.



2012, corriendo por el campo y UTMB:

Es el año que descubro un grupo de correcamperos y blogers que corren por correr, por el llano o la montaña, organizando sus propias rutas y tirando más de jamón serrano que de barritas energéticas.



Y en agosto... corro (y acabo) el North Face (c) Ultra Trail du Mont-Blanc. La Gran Carrera que quieren todos hacer alguna vez.

Escalofríos por la espalda cuando la gente grita tu nombre por las calles de Chamonix, cuando te animan, "Courage", por los senderos de los Alpes... no cuento más. Alguna vez escribiré sobre esta carrera tan especial para mi.


2013, Más fuerte que el vinagre:

Y aquí enlazo con las primeras entradas de mi blog, para completar la crónica de estos años en los que he pasado de una imagen a otra, no por alarde. Cuidado con quien crea que pienso que hay que regañar, culpabilizar y hacer sentir mal a aquel señor de la foto que tenía obesidad. Ese señor nunca pensó que se iba a encontrar tan bien como hoy, pero decirle que tenía mal aspecto, seguramente no le hubiese arrancado a correr, sino a comer un bocadillo de chorifrito. Ese señor sigo siendo yo, un poco más delgado.




miércoles, 19 de junio de 2013

Superviviente


Ayer me pasó por encima la XVII edición del Maratón Alpino Madrileño, "posiblemente el maratón más duro del mundo". Sin duda uno muy mal medido. El secreto de su distancia exacta y el por qué hay que hacer un secreto de ello son dos incógnitas hace bastante tiempo entre los corricolaris de las estepas centrales.

Seguramente hace 17 años no había tantos maratones salvajes en tantos lugares del mundo. En aquel momento una carrera como el MAM era una locura que conocían un puñado de inconscientes y que se reunían para correrla en el puerto de Navacerrada. Seguramente era el maratón más duro del mundo.

Con el tiempo han ido apareciendo pruebas cada vez más brutas, con más desnivel, a más altura, en climas más inhóspitos. Además la moda "ultra" ha hecho que correr "solamente" un maratón parezca poca cosa. Todo lo que no esté entre 80 y 350 kilómetros y entre 5.000 y 20.000 metros de desnivel positivo acumulado se considera una carrera para flojos que no merece más que un tratamiento de "entrenamiento para pillar un poco de chispa".



Pero el MAM ha ido aumentando su dificultad con el paso de los años. No será la carrera más dura para la mayoría... todo es relativo. Para un friolero la peor será el Nort Pole Marathon, para otros puede ser el desértico maratón del Mar Muerto en Jordania. Cada uno tiene sus puntos fuertes y débiles y lo que para mi es una carrera muy difícil por las bajadas técnicas (subiendo soy un poco mejor, soy tipo "tractor diesel"), a otra persona le puede parecer relativamente cómodo dejándose caer con alegría por donde yo voy soltando "suputamadres", verdadero patrón de medida de este tipo de carreras más que la distancia y el desnivel, que dan una información incompleta.

En su día era una carrera tan épica y única que a los "finishers" se les daba una camiseta y un diploma de "supervivientes" por el mero hecho de acabar el recorrido en los tiempos de paso límite. Una camiseta (de algodón) que se sigue dando cada nueva edición y de las que yo colecciono 5. Cinco carreras muy distintas unas de otras que no da tiempo de repasar hoy. En unas aguanieve, ventisca, hipotermias... en otras insolaciones y retiradas masivas estrujados todos los jugos corporales por el sol inclemente.

El nuevo lema no oficial de la carrera es "la dureza se la pones tú". A lo mejor no es el maratón más "alguna cosa" en nada. las hay más largas, más técnicas, con más desnivel, con más frío, con más calor... pero si eres un superviviente, puedes ir a darlo todo, ponerle tú la dureza para convertirlo en el maratón más duro... que un MAM ya entretiene, como le escuché decir hace poco a Aurelio Olivar, que algo sabrá de ello alguien que ha hecho podio tres veces en esta carrera y tiene un palmarés tan impresionante.

Dispuesto a ponerle dureza, porque uno es un inconsciente (arrepentido, eso si) salí la noche antes a tomar cuatro o cinco cervecillas (no recuerdo cuantas exactamente). Teniendo en cuenta la "sangre de horchata" que tengo, eso equivale en mi metabolismo a lo que en otra persona serían cuatro o cinco pelotazos de ron, frontera que afortunadamente no crucé.

Foto de la noche anterior...
Y es que era el fin del curso de la Escuela Mástil, y concierto de los "Aprobado General", y primavera y una noche de sábado muy de estar tomando algo... Aún así dormí cuatro horas y salí disparado, tras consumir una bebida energética, en dirección a Cercedilla a recoger mi dorsal y, al menos, intentar llegar a meta.

Llegar, llegué.

No llegué bien. Todo hay que decirlo. Acusé el exceso de la noche anterior y me arrepentí mil veces de no haber dormido una hora más y tomado tres cervezas menos. Al menos es un error que no volveré a repetir, por lo menos en pruebas de este calibre (calibre XXL).


Salimos como si nos persiguiese una jauría de lobos. Yo estaba en la parte de atrás y el ritmo en las primeras rampas de subida era más rápido de 6' el kilómetro. En un maratón de asfalto hubiese habido un significativo porcentaje de gente que hubiese salido más despacio en llano, que quedaba aún muuuucho por delante, sobre todo para los estábamos atrás. La gente cada vez es más brutita y está mejor preparada. Recuerdo que en las primeras ediciones en las que participé, con andar las subidas y trotar las bajadas ya ibas adelantando a algún despistado que se había metido allí por error.

Subí corriendo casi hasta el puerto de Navacerrada, donde empiezan las rampas fuertes. Estamos hablando, no de una "rampa fuerte" de ciclista, del 8%, sino una "rampa fuerte" de corredor de montaña, un 90-110%. La próxima vez que paséis por allí, fijaos en el telesilla que sube al Alto de Guarramillas (Bola del Mundo), pues la carrera va directamente por debajo en linea recta.

La foto de la "subidita", que luego habrá que bajar con las piernas maceradas en docenas de kilómetros y miles de metros de desnivel positivo.

En las subidas me suelo ver bien. Si bajase con soltura me cantaría otro gallo. Seguramente ganaría otra hora más. Soy la escoria del trail running. Los corredores de montaña presumen de lo bien que bajan, no de su técnica de subida. Sin embargo también es importante. He visto a mucha gente progresar hacia arriba perdiendo tiempo y gastando un exceso de energías, que es lo que yo hago, exactamente, cuesta abajo.


La bajada a Cotos, por la Loma del Noruego, ya sabía yo que sería lenta y que me adelantaría todo el mundo. También vi gente "apretando" para ganar unos segundos cada kilómetro que seguramente luego le pasarían factura. En esta carrera (me refiero a la gente que no llega "sobrada", que alguno hay), una de las claves es en bajar hasta Cotos al ritmo más cómodo para cada cual, que en cada caso será más o menos rápido, pero no gastar energías en ganar cinco minutos que después perderás multiplicados.

En la subida a Peñalara, supuesta mitad del recorrido, adelanto a tantos como me pasaron bajando. La mayoría me los iré encontrando hasta que finalmente se "marchen" y lleguen a meta antes que yo.

En la subida quemo los últimos restos de alcohol en sangre que pueda tener, y poco después el calor y los excesos nocturnos se unen para proporcionarme el primer calambre muscular en una bajada en la que voy dando pasitos cortos y rápidos. A partir de aquí sufrir y sufrir. Quizá la subida me permita dar un descanso a los abductores.




Segundo paso por Cotos. La verdadera mitad de la carrera, por lo menos para mi, que siempre vengo a tardar el doble de lo que marco en este control. En este caso clavo las 4 horas. Mientras, en la meta en Cercedilla está entrando el primero. Me he cruzado alguno bajando como poseído por Satanás en el momento en que yo iniciaba la subida, único contacto con la cabeza de carrera que voy a tener.

Ahora son unos tres kilómetros de carretera, luego pista, a ratos cómoda y a ratos no. Hay que aprovechar para correr siempre que se pueda. Sé que luego viene el infame Tubo de Cabezas de Hierro que cuesta una vida subir y va a apretar el sol. Los voluntarios animan el ambiente y sacan una sonrisa hasta a los más desfallecidos. Empieza la larga ascensión. 700 metros de desnivel en apenas 3 kilómetros por la ruta de pendiente máxima y acabando con una trepada por grandes bloques de granito que agradecemos para poder "ir a cuatro patas", porque con dos ya no nos es suficiente.




Llegamos arriba y empieza la bajada, técnica y con las piernas rotas muscularmente. Para mi empieza lo peor de la carrera. Renquear la larga y lenta bajada, un par de caídas, con solamente un rasponazo superficial afortunadamente.


Solo me dan descanso los últimos tres kilómetros. Me encuentro con antiguas compañeras de voluntariado en el MAM que me dan los ánimos que me faltan para rematar la carrera. Hago el último tramo trotandillo y vuelvo a entrar en meta, en 8:17, peor tiempo que el año pasado, peores sensaciones. Una lección aprendida, eso si. Nunca más.


Bien. Superviviente otra vez.


martes, 11 de junio de 2013

La insociable sociabilidad

Ir solo o ir acompañado, esa es la cuestión.

Por supuesto no hablamos de correr cinco kilómetros o de hacer un entrenamiento trotón, sino de esa metáfora de la vida que es la carrera de ultrarresistencia en la que te embarcas durante horas y más horas y que requiere trabajar la parte mental tanto o más que la física. Las metáforas de la vida, por cierto, son importantes, hasta los buenos terapeutas las emplean.



A menudo nos encontramos con el dilema. Ir a nuestro ritmo, concentrados en el camino, pasando etapas... Nos ponemos a andar, nos sentamos cinco minutos en una piedra a comer e hidratarnos. No tenemos prisa ni nadie que nos la meta (con perdón), podemos acelerar cuando vamos mejor y subir el ritmo cuando nos lo pide el cuerpo. Seguimos nuestros propios ritmos y eso es muy cómodo, sobre todo en carreras donde hay muchas subidas y bajadas, porque casi nadie tiene la misma técnica de carrera. La soledad permite reflexionar, "salirse de la carrera", permitir que la mente vagabundee por ahí y los kilómetros se vayan disolviendo sin que nos enteremos, metidos en nuestras fantasías y ensoñaciones. En las partes difíciles nos permite "meternos en carrera", concentrarnos en cada pisada y olvidarnos de todo menos del siguiente apoyo que tenemos que hacer. 

De vez en cuando nos encontramos a alguien y compartimos unos metros. Lo usamos de liebre, para marcarnos el ritmo, o para recibir algo de conversación. Ir solo no significa renunciar a esto. Es verdad que usamos a esas personas con las que nos cruzamos pero como ellas a nosotros. Son contactos fugaces, nada que ver con hacer carrera en grupo. Ir solo es cómodo, es una opción más, no tiene nada de malo.

Pero ir con otra persona te obliga a menudo a forzar el ritmo, a posponer una parada, a adaptarte a las manías, defectos y achaques de otra persona. Si estás acostumbrado a ir en soledad, agruparte es difícil al principio. Parece la peor opción si llevas un tiempo yendo en solitario. También ir solo parece muy difícil cuando tienes el hábito de correr al ritmo de tu grupo de entrenamiento que te acompaña siempre a todos los desafíos. Cuando te has hecho dependiente de la compañía.

Desde luego va por temperamentos. Hay gente que no aguanta estar sola en un ultra y al revés, quien no soporta la compañía. Cada opción tiene sus ventajas e inconvenientes y elijamos lo que elijamos, en definitiva, renunciamos a algo. Hay gente que va bien sola o acompañada y, seguramente la mayoría, siempre añoramos lo contrario de lo que tenemos.

Kant hablaba de la Insociable sociabilidad como la necesidad del ser humano de pertenecer a una sociedad, pero también a rechazarla, destruirla y apartarse de ella. La necesidad de socializarse, convivir, pero la resistencia someterse a los otros y a vivir bajo sus reglas.

Tenemos los dos impulsos, las dos necesidades. necesitamos compañía y soledad. Si encontramos quien sepa darnos ese espacio, adelantarse y esperarnos un poco más adelante, sabiendo que luego haremos lo mismo por esa persona. Que camine a nuestro lado cuando le necesitemos, que esté ahí en los momentos duros y, también, en las risas y la diversión que hacen que los kilómetros pasen con alegría... entonces habremos encontrado un tesoro. Es difícil. Hay momentos en que el cansancio, el deseo de disfrutar la soledad hace que no nos demos cuenta de lo que nuestra compañía necesita, que nos olvidemos de dar además de recibir. Si nos marcan un ritmo muy lento o muy rápido, hay que darse cuenta que la otra persona también tiene su ritmo y hay que respetarlo hasta cierto punto, sin olvidar eso de la asertividad tan de moda, de decir que nosotros queremos ir más rápido o más despacio. Ajustarse si es posible.



Pero hacer una ultradistancia con la compañía adecuada es una de las cosas más satisfactorias que hay. Ya hablamos de las malas compañías, de las que hay que huir como de la peste. No nos referimos a esas. 

El truco está en dar espacio a la compañía, en "dejarse caer" del grupo un poco para alcanzarlo después, en adelantarse cuando vemos que estamos forzando el ritmo y esperar unos kilómetros más adelante. En callar cuando vemos que la conversación produce irritación (todo el mundo tenemos nuestros momentos, nuestra "pedrá") o en dar palique cuando es el momento.

Y es que las personas somos muy complicadas. A veces queremos que nos den espacio, a veces que nos propongan planes, en ocasiones que nos hagan caso y otras que nos permitan hacer caso a la otra persona. A veces contar lo que llevamos dentro, a veces escuchar.

Y una de las cosas más maravillosas que hay es recordar aquellos momentos en que compartimos unos kilómetros con alguien. Cuando volvemos la vista atrás y recordamos un lugar y no podemos separarlo de esa persona en nuestro recuerdo. Cuando es un recuerdo lleno de alegría y se ha forjado una amistad en pocas o muchas horas.

Y, como siempre, me he extendido en el preámbulo, así que ya hablamos de lo de correr, como siempre, otro día.