viernes, 6 de febrero de 2015

Listos y tontos

"Los tontos se repiten todos los días... ...como el ajo"
Anne Marie Genevieve Souplet,
filósofa francesa contemporánea.
Estuve viendo el otro día la película basada en la vida de Alan Turing. No sé si recomendarla. A mi me gustó porque me pareció que cuidaba algunos detalles y guiños, y por lo menos no escondía su homosexualidad como en la lamentable "Enigma" de 2002, un insulto revisionista gratuito a la memoria del genio. Añadía la nueva versión, eso si, muchos elementos de cosecha propia. Se echan de menos también varias cosas como la deuda que tiene el mundo con los criptoanalistas polacos que hicieron buena parte del trabajo (¡Oh padres Lukasiewicz y Tarski, perdonadlos!). No aparece el 75% de mujeres que trabajaba en las oficinas de desencriptación, no solamente "secretarias", sino muchas buenas matemáticas. No mostraba tampoco la personalidad tímida y amanerada del genio, ni su tartamudez.

La película no mostraba que, además de un excelente corredor de la milla, a menudo hacía tiradas largas entrenando desde Londres a Bletchley Park, a unos sesenta kilómetros y siempre que podía se metía buenos tutes corriendo por el campo. Estaba fascinado por los maratones, una de sus grandes pasiones. Llegó a correr un maratón en 2 horas y 46 minutos y aunque hoy nos puede parece una marca modesta (para la élite), en aquellos tiempos no lo era tanto y mucho menos para un corredor "popular". El Argentino Delfo Carrera ganó el maratón olímpico con 2 horas 35 minutos en 1948. De hecho Turing estuvo preparándose con la intención de competir con el equipo británico en esas mismas olimpiadas, aunque una lesión frustró su intento.

¡Demonios!, Turing era uno de los nuestros. Aunque no voy a decir lo que "somos..." para que Luis Arribas no nos complete la frase.

Alan Turing, el matemático, dándolo todo
Aparte de ser la persona que mayor contribución individual hizo para la derrota del fascismo durante la Segunda Guerra Mundial desencriptando las claves de comunicación nazis (algo que le agradeció el estado británico condenándole a castración química por el delito de su homosexualidad y que le llevó al suicidio si no es verdad que los servicios secretos "le suicidaron"), Turing hizo tres grandes aportaciones a la historia de la computación. Por un lado diseñó los primeros ordenadores programables, herederos de los cuales son esos milagros de nanotecnología que llevamos en los bolsillos y que sirven para compartir fotografías de gatitos (en el mejor de los casos). Quizá los seres humanos no merecemos más y, como opinó hace poco Fran Delgado, hay que empezar de nuevo desde cero con escolopendras (yo no soy tan radical, creo que cualquier miríapodo podría servir). Por otro lado, en respuesta a la cuestión de si las máquinas podrían pensar, definió el concepto de "Máquina de Turing", lo que hoy llamamos un ordenador y con las mismas estableció si una máquina puede resolver problemas y de qué tipo y en cuanto tiempo. El "cuanto tiempo" es importante. Es la tercera aportación.

Cuando un ordenador inicia una tarea, aunque disponga de un algoritmo capaz de resolverlo, es decir, que el problema sea computable y resoluble por un procedimiento estandarizado general de resolución de problemas programable en una máquina de Turing, no se puede saber a priori el tiempo que tardará en dar la solución, acabar. Es el "problema de parada". Consiste en que si una máquina tarda un tiempo finito, por ejemplo, un segundo, no le damos importancia, pero cuando tarda "otro tiempo finito distinto", un millón de años por ejemplo y, antes de que transcurra ese millón de años, no sabemos cuando va a acabar, resulta levemente enervante. ¿Me preparo un café? ¿Me voy a casa y vuelvo mañana? ¿vuelvo dentro de un millón de años? Más pronto que tarde el ordenador "colgado" se convierte en el objeto de nuestra ira (y no la estructura matemática del Universo, echadle la culpa a que existan enunciados formalmente indecidibles en los Principia Mathematica y sistemas afines).

Para Turing la pregunta sobre si las máquinas pueden pensar tiene dos imprecisiones que la convierten en una pregunta trampa. La primera es que es muy difícil definir qué es pensar. La otra es la definición de qué es una máquina. A la segunda pregunta responde con una definición arbitraria que da lugar al concepto de "Máquina de Turing", sobre la primera cuestión niega la posibilidad de definir algo con lo que no podemos tener experiencia directa. Efectivamente. Podemos asistir a los efectos de esa causa. Podemos ver "conductas" pero no pensamientos. Solamente cada cual tiene contacto con su propio pensamiento, pero no con el de los demás. Quienes confunden "cerebro y mente" tienen que entender que la relación entre ambas es la que hay entre "ver y ojo". Se puede ver un ojo, no se puede ver "el ver", por lo menos no el de los demás, solamente el nuestro ver propio. Solo vemos nuestro pensar y las conductas producidas por el pensar ajeno.

Metáfora del precio del dorsal de algunas carreras
A menudo se define la inteligencia como capacidad para resolver problemas, para adaptarse al entorno en definitiva, si hablamos de animales.

La idiotez, como hemos estado meditando esta semana por el "caralibro", la estulticia, la borreguez, la tontería, se detecta con facilidad en quien siempre aplica las mismas soluciones que no funcionan a los viejos problemas, los que pillan la linde, la linde se acaba y... ellos siguen. Los que siempre hacen lo mismo y no cambian. Los que cuando llegas el lunes piensas ¿será hoy distinto? y no, vuelven a su monótono ser.

Siempre nos queda depositar nuestras esperanzas en las escolopendras o los robots positrónicos.








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